¿Qué es la transformación digital?
La cuarta revolución aún incipiente solo nos promete dos cosas: que la evolución tecnológica será exponencial y que la transformación digital no es un “cambio” sino una “evolución”.
La vertiginosa revolución tecnológica que nos rodea puede llevarnos a un error: pensar que la transformación digital está en una fase muy avanzada. A esa conclusión podemos llegar porque todos nuestros hogares y oficinas disponen de acceso a internet, porque las cartas de papel han quedado relegadas a piezas de museo tras la universalización del email, o incluso porque frecuentamos reuniones de trabajo a través de videoconferencia. Es cierto que todo eso forma parte de lo que llamamos transformación digital pero no es lo nuclear, ni tampoco una señal del ritmo en que esa revolución va interponiéndose en nuestras costumbres tradicionales.
No podemos tomar como referencia los últimos diez o veinte años a la hora de calibrar cómo afectará la transformación digital a nuestra empresa en los próximos cinco o quince años. La evolución de la tecnología, la cuarta revolución en la que estamos inmersos, no sigue una trayectoria lineal sino exponencial. Por eso en ocasiones es más certero emplear palabras como eclosión digital, algo que parece salir de la nada y que se expande más allá de los límites que habíamos imaginado.
Sea como sea, para comprender la verdadera magnitud de la transformación digital no debemos considerar tanto el hecho de que, tal vez, nuestra empresa haya comenzado a vender a través de internet o a comunicarse sistemáticamente por correo electrónico con los clientes, sino ir al fondo de esa eclosión. Allí, en las profundidades de la transformación digital, nos encontramos tecnologías como el Internet de las Cosas (IoT), el Big Data, el Blockchain, la automatización, la movilidad, la Inteligencia Artificial (IA), la Ciberseguridad y los proyectos colaborativos.
La transformación digital va a producirse –se está produciendo-. Quien se empeñe en cerrar los ojos se quedará en muy poco tiempo fuera del mercado. Una vez que todo esté conectado, incluidos todos los objetos de nuestro uso cotidiano, tanto a nivel doméstico como a nivel industrial, una vez que el Big Data ofrezca respuestas a la gran mayoría de nuestras preocupaciones, una vez que los puestos de trabajo hayan evolucionado en beneficio de la movilidad absoluta, y una vez que los tejidos empresariales e individuales estén correctamente acotados por mallas de ciberseguridad; quien permanezca fuera de esa revolución será como aquel nostálgico que decide ahora cambiar su moderno automóvil por un viejo carruaje.
Desde una empresa convencional, la transformación digital no se puede acometer de golpe y de forma global. Entre otras razones porque el término transformación oculta una pequeña trampa, que es la sensación implícita de que cambiaremos de unas tecnologías a otras, en más o menos tiempo y con más o menos beneficios; dicho de otro modo, transformación parece aludir a la existencia de un destino. No lo hay. No puede haber punto de destino en una economía digital como la nuestra, que se expande y deforma al ritmo de las mutaciones tecnológicas que, como hemos dicho, crecen de forma exponencial y seguirán haciéndolo así durante los próximos años. El destino correcto es la transformación digital como actitud.
Por eso se hace tan necesaria la formación continua y la inversión decidida en innovación. Porque nuestro mundo es cambiante pero lo será mucho más y cualquiera que conciba esos cambios como un vulgar paréntesis volverá a encontrarse muy pronto en el punto de partida: el de lo obsoleto. El cambio ya no es un destino, es una forma de vida. La transformación digital es una revolución transversal y será al tiempo nuestra cultura, la marca de agua del siglo XXI, y el ecosistema en el que hemos de aprender a vivir y a trabajar.
No debemos asustarnos por la angustia del cambio. No hay nada realmente malo en la transformación digital: tan solo un universo de oportunidades que harán nuestra vida más fácil y nuestros trabajos más eficientes, más cómodos, más creativos y más rentables.
De modo que es mejor tenerlo presente de una vez por todas: La transformación digital ya no es cambiar la máquina de escribir por el ordenador, sino cambiarlo todo y no dejar nunca de cambiarlo todo.